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Nuestra filosofía

Slow Food se encuentra en la encrucijada de la ecología y la gastronomía, la ética y el placer. Se opone a la estandarización del gusto y la cultura, y el poder ilimitado de las multinacionales de la industria alimentaria y la agricultura industrial. Creemos que todo el mundo tiene el derecho fundamental al placer de la buena comida y por lo tanto la responsabilidad de proteger el patrimonio de los alimentos, la tradición y la cultura que hacen de este placer posible. Nuestra asociación cree en el concepto de neo-gastronomía - el reconocimiento de las fuertes conexiones entre la placa, el planeta, la gente y la cultura.
Nuestra Visión
Imaginamos un mundo en el que todas las personas pueden acceder y disfrutar de la comida que es bueno para ellos, bueno para los que lo cultivan y bueno para el planeta.
Nuestra Misión Slow Food es una organización internacional de base miembros la promoción de la buena comida, limpio y justo para todos.
Bueno, Limpio y Justo Enfoque de Slow Food para la producción de alimentos agrícolas, y la gastronomía se basa en un concepto de calidad de los alimentos se define por tres principios interrelacionados:
BUEN una dieta sabrosa y fresca de temporada que satisface los sentidos y es parte de nuestra cultura local;
Producción limpia y consumo de alimentos que no dañan el medio ambiente, bienestar animal o la salud;
FERIA precios accesibles para los consumidores y las condiciones justas y pagar a los productores a pequeña escala.

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Entradas populares

ARROZ DE CEBADA


Alimento base: Arroz Dificultad: Fácil
Tiempo preparación: 60 min. Comensales: 6

*Necesitas.
1/2 libra de arroz de cebada
1 libra de costilla o carne de cerdo cortada en trozos
2 libras de papas pequeñas peladas
4 dientes de ajo machacados
1 cebollla blanca finamente picada
4 cucharadas de aceite
1 cucharadita de cilantro finamente picado
1/2 cucharadita de comino
2 hojas de col cortadas en cuadraditos pequeños
3 cucharas de sal.
Poner a hervir siete tazas de agua, mientras tanto lave el arroz de cebada en abundante agua hasta que quede completamente blanco.
Sazonar la carne de cerdo con sal y comino y freír utilizando el aceite hasta que esté dorada, luego agregar el ajo y la cebolla. Mantener un momento más en el fuego y añadir el agua hirviendo.
Cuando la carne esté perfectamente cocida con el agua y se haya convertido en un caldo, agregar el arroz de cebada, dejar hervir unos cinco minutos e inmediatamente agregar la col.
Dejar que se cocinen todos los ingredientes por diez minutos y agregar las papas, hasta que estas estén suaves.
Finalmente, añadir el cilantro y si es necesario aumentar sal y comino. Servir caliente.

Fanesca, Juanesca, Uchucuta


En su semana mayor, el mundo cristiano reflexiona sobre el sacrificio del hijo de Dios. En Quito, multitudes muestran su fe en calles y plazas, suenan los aleluyas y repican los campanarios. Pero en la mesa de los quiteños ¡parece carnaval!, pues es tiempo de la legendaria fanesca. Esta sopa de inconfesable sabor se compone de todos los granos que la generosa tierra de los Andes ofrece a sus hijos.

Aderezada con pescado (recordad: es tiempo de abstinencia de la carne), lleva unas masitas fritas, huevo cocido y se sirve con molo, que es un sabroso puré de papas. La tradición de la fanesca es tan diversa como sus ingredientes. Algunos estudiosos creen que es un platillo inca; otros aseguran que la crearon los primeros cristianos; en otra versión, se la inventó una tal Juana en una hacienda serrana en tiempos de la Colonia (juanesca - fanesca); los menos píos creen que simplemente obedece a que la cosecha de los granos coincide con el tiempo de abstinencia de la semana santa; entonces, para saciar el hambre ¡y vaya que el hambre queda saciada!, apareció este potaje de granos y pescado. Pero hay quienes defienden a brazo partido la religiosidad de la fanesca: sus doce ingredientes simbolizan a los 12 apóstoles y las 12 tribus de Israel; el pescado simboliza a Cristo y a la forma en que su mensaje nutre a la comunidad cristiana; y finalmente, los aderezos son la comunidad de no creyentes, que sustentan la vocación evangelizadora de los cristianos. ¡Amén!

Édgar Léon, experto en gastronomía tradicional y chef de la Fundación Humanizarte, asegura conocer el origen precolombino de este plato tradicional. “Los aborígenes de la Sierra llamaban a la preparación uchucuta y lo hacían como una actividad comunitaria especial para celebrar el solsticio de marzo”.

La uchucuta es un término quichua: significa granos tiernos cocidos con ají y hierbas. Llevaba arvejas, habas, mellocos, choclo, fréjol, zapallo y sambo.

Según León, los españoles agregaron algunos aderezos y significados relacionados con la Semana Santa. “Con la llegada de los colonos se cambió las pepas de sambo por los granos de maní y se agregaron los chochos”.

Los chochos, por su sabor amargo, recuerdan la escena de la traición de Judas a Jesús. Por eso, antes de agregar los granos al potaje, “es necesario que se purifiquen en agua por siete días”.


*Necesitas.
Para 50 Platos

500 gramos de arroz de grano largo
10-12 litros de leche
1/2 - 1 litro de crema de leche
4 tazas de maní cocinado, pelado y licuado con la leche necesaria para hacerlo
6 tazas de cebolla blanca larga picada finamente
6 onzas de mantequilla
3 cucharadas de manteca de color
2 tazas de ajo licuado con un poco de leche
2 kilos de bacalao
Condimentos para sazonar: sal, pimienta negra, al gusto
2 cucharaditas de comino
4-6 cucharadas de orégano
2 cucharaditas de canela molida
3 cucharadas de panela raspada (todos los condimentos los puede añadir al paladar)
6 tazas de zambo tierno picado, cocido y bien escurrido
4 tazas de zapallo pelado, picado, cocido y escurrido
6 tazas de chochos pelados
10 tazas de choclo tierno cocido y pelado
6 tazas de arvejita cocida y pelada
6 tazas de col picada en juliana fina, cocida y escurrida
8 tazas de habas tiernas, cocidas y peladas
6 tazas de fréjol tierno, cocido y pelado
1 copita de jerz

Se recomienda especialemtne utilizar en este plato bacalao blaco o bacalao importado, más costoso sin duda, pero de calidad indiscutiblemente superior. Para quienes les gusta el bacalao, se debe añadir al guiso la mitad del pescado desmenuzado, junto con la leche en que se lo cocinó. La cantidad de leche puede variar, según lo espesa que se quiera la fanesca.


Preparación y Claves
Una fanesca para 50 platos tomará alrededor de tres horas y media de cocción.

La víspera, cocinar y pelar todos los granos, que deberán ser tiernos (no secos). Remojar el cacalao en agua.

Cocinar la col, el zambo y el zapallo. Cocinar el arroz, primero en agua y luego leche. Moler o licuar el maní cocinado y pelado.
Al día siguiente, cocinar el bacalao en un litro de leche. Reservarlo. Rehogar la cebolla y el ajo, en la mantequilla y manteca de color, agregar 1 taza del agua en que se cocinó el choclo, hervir hasta que el ajo y la cabolla pierdan el sabor fuerte. Añadir el maní licuado, cocinar 2-3 minutos, agregar el arroz cocido en 2 litros de leche, sazonar con un poco de todos los condimentos.
Escurrir el bacalao y verter la leche de su cocción en el guiso. Añadir el zambo, el zapallo y la col. Cuando rompe nuevamente el hervor, incorporar los granos, uno a uno, en orden: los chochos, los choclos, y el fréjol, y al final, las arverjistas y las habas.
Verter el resto de la lecha, la crema y sazonar nuevamente. Dejar hervir, sin parar de mover con la cuchara de palo. No se deberá raspar o recoger lo que se ha pegado en las paredes de la olla, que deberá ser maciza y de fondo grueso. Al añadir cada ingrediente habrá que corregir la sazón con los condimentos básicos. No se debe tapar la olla, ni aún habiendola retirado del fuego, porque la fanesca se podría agriar de inmediato.

Servir los platos adornados con 2 empanadas fritas, rajas de huevo duro, bacalao frito, 2 rodajitas de maqueño frito, 1 rajita de ají y una ramita de perejil.


Receta proporcionada por Martha Riofrío, que fué Jefa de Cocina en el Palacio de Carondelet entre 1988 y 1992.

De su abuela materna, Enriqueta Gangotena de Cevallos, matrona de vida regalada nacida en 1868 que preparaba especialidades quiteñas, heredó un recetario que debió ser escrito durante los cinco primeros años del siglo XX.

Por la redacción y la ausencia de un listado de ingredientes y proporciones se deduce que la centenaria receta de esta fanesca (llamada allí juanesca), es un recordatorio de procedimientos, para quien ya supiera como prepararla. Martha Riofrío ha hecho variantes: incorporar zapallo, que le otorga color sin tener que usar demasiado achiote. Endulzarla con panela y no con azúcar y añadir una copa de jerz en lugar de vino.

QUIMBOLITOS


Alimento base: Harina Dificultad: Fácil
Tiempo preparación: 50 min. Comensales: 6

*Necesitas.
2 tazas de harina de maíz
1 cucharadita de polvo de hornear
1/2 taza de mantequilla
1/2 taza de jugo de naranja
1/2 taza de leche
1 cucharadita de esencia de vainilla
2 huevos
1 taza de azúcar
1/4 taza de uvas pasas
12 hojas de achira.

Mezclar la harina con el polvo de hornear, la mantequilla, el jugo de naranja, la leche y la esencia de vainilla.

Batir las claras a punto de nieve, agregar el azúcar y las yemas de huevo.
Combinar las dos preparaciones anteriores hasta formar una masa suave y homogénea.

Lavar y secar con cuidado las hojas y colocar la masa en el centro de cada una. Luego añadir las uvas pasas, cierre el quimbolito y ponga a cocinar, al vapor, durante 30 minutos.

TAMAL LOJANO


Alimento base: Carne Dificultad: Media
Tiempo preparación: 120 min. Comensales: 6

*Necesitas.
3 libras de maíz amarillo pelado
1/2 libra de manteca de chancho
2 cucharadas de manteca de color
1 cucharada de mantequilla o margarina
4 huevos
1 onza de polvo de hornear
Sal al gusto
Hojas de achira

Relleno:

1 libra de carne de chancho
1 libra de pechugas de pollo
1 cucharada de mantequilla
2 cucharadas de aceite
1 taza de arvejas tiernas bien verdes
1 taza de zanahoria picada en cuadritos chicos
2 cebollas paiteña o colorada picadas en pluma
1 taza de pasas sin semilla
3 huevos duros
1 cucharada de perejil picado
1 taza de pimientos picados en cuadritos chicos
Especias para sazonar.

Moler fino el maíz, pasarlo por un tamiz. Agregar manteca, mantequilla y manteca de color bien batidas. Fregar todo bien, procurando unirlo con la harina para dejarlo así 1 hora o más.
Cocinar la carne en un buen refrito con un litro de agua hasta que se ponga suave y luego retirarla.
Cernir el caldo, agregándolo lentamente a la harina de maíz con la manteca y fregar algo más con la mano de manera que se forme una masa consistente. Añadir un poco más de sal si fuere necesario, así como el polvo de hornear.
Finalmente añadir los huevos batidos, mezclándolos suavemente con lo demás, de modo que la masa para el tamal no sea ni muy dura ni muy blanda. Dejarla reposar mientras se prepara el relleno.
Llevar al fuego una sartén con mantequilla y aceite, luego freír la cebolla picada con las especias para sazonar. Agregar las arvejas tiernas y zanahoria picada, dejándolas hasta que se pongan suaves. Añadir entonces los pimientos picados, carne de chancho, pasas y pollo picado en trozos chicos. Revolver todo bien y mantenerlo a fuego lento unos minutos, para retirarlo y dejarlo reposar un poco.
En cada hoja de achira poner una cucharada de masa preparada y en el centro otra de relleno, más una tajada de huevo duro y así envolverlo en las hojas de achira sin apretar. Por fin, cocinar los tamales en tamalera apropiada durante 35 minutos, más o menos.

YAHUARLOCRO


Alimento base: Cordero Dificultad: Media
Tiempo preparación: 90 min. Comensales: 6

*Nesecitas.
1/4 panza de borrego con sus tripas
1/4 litro de sangre
2 1/2 libras de papa chola
1/2 litros de leche
1 tomate mediano
4 cucharadas de ajo
4 cucharadas orégano
1 onzas de manteca de color
2 tallos de cebolla blanca
3 cebollas paiteñas
1/2 atado de culantro
1 aguacate.
Cocinar la panza y las tripas en abundante agua con una cebolla paiteña, dos ajos y una rama de cebolla blanca, hasta que esté muy blanda. Reservar el agua de la cocción.
Picar las tripas y la panza en cuadrados pequeños y resérvalas.
Pelar y picar las papas. Picar la cebolla paiteña en finas rodajas, reservar la mitad y el resto picar muy fino. Además, picar el ajo y la cebolla blanca muy fino.
Hacer un refrito con la manteca de color y una parte de la cebolla blanca y una parte del ajo, agregar el orégano. Luego, añadir una parte de las papas, la panza y las tripas.
Incorporar el agua de cocción del borrego y dejar cocer hasta que las papas estén blandas. Luego, poner el resto de las papas y la leche, y si fuese necesario, más agua, pues debe quedar cremoso y suave. Al gusto, agregar sal, pimienta y culantro muy fino.
Con la cebolla paiteña fina, la cebolla blanca, el ajo, el orégano, sal y pimienta hacer un refrito para freír la sangre. Al final agregar el culantro.
Servir muy caliente y acompañar con un plato aparte con la sangre, el aguacate, la cebolla curtida y el tomate.

CHUCULA


Alimento base: Plátano Dificultad: Fácil
Tiempo preparación: 45 min. Comensales: 4

*Necesitas.
3 Plátanos maduros
1 taza y media de azúcar
3 palitos de canela
4 clavos de olor
1 litro de leche

Vas a cocer los plátanos en agua. Unos diez minutos. Licuarlos con un poco de leche. Hervir leche junto con la canela y el clavo.
Agregar la preparación anterior a la olla donde esta la cocción. Ir agregandole azúcar según su gusto.
Servir fría.

HISTORIA DE LA COCINA ECUATORIANA.


El Ecuador posee una riquísima, abundante y variada cultura gastronómica. Una comida auténtica y mestiza, cocida por igual en cazuelas de barro y en viejos y ahumados peroles castellanos. Una cocina, en fin, con tradición de siglos y en la que se han fundido -o, mejor, se han cocido- sustancias, condimentos y experiencias del propio y de lejanos continentes.

¿Hubo cocina indígena que merezca tal nombre?
Nuestros antepasados inmigrantes se plantaron aquí precisamente porque hallaron un medio generoso para su subsistencia: llanuras y florestas tropicales generosas de frutos, valles interandinos templados y benignos para la agricultura, cacería abundante.
El medio equinoccial atrapó al hombre, se prodigó hasta hacerlo sedentario y le imprimió carácter y costumbres. Este, a su vez, se integró mansamente a la naturaleza y se contagió pronto con su sensualidad y exhuberancia. Su herencia arqueológica revela claramente esa sensualidad forjada por el medio, abundante de formas y de gozo vital, plagada de usos múltiples.
Pero en donde se muestra más espléndido ese realismo mágico es en sus instrumentos de cocina: ollas, cazuelas, cántaros, piedras para moler, tiestos de asado, extractores de jugo, aribalos, cedazos, ralladores, moldes para hacer panes con figura de guaguas, platos iridiscentes para iluminar caldos, compoteras que se alzan sobre senos femeninos, vasijas musicales que endulzan las tareas y aligeran cansancios.
En base a tres productos de la tierra -maíz, papas, porotos- los antiguos moradores de los Andes construyeron una mesa admirable. Con el maíz lograban platos múltiples: tostado, canguil, mote, chuchuca, mazamorras y tortillas. Los choclos, por su parte, se cocinaban tiernos, algo duros para el choclomote o se molían para elaborar esa delicia culinaria que es el chumal o humita. Con la harina del germen disecado se elaboraba chicha y excelente vinagre, y de las cañas tiernas se obtenía una miel de buena calidad.
Las papas, por su parte, se comían cocidas, asadas, en puré o servían de base para platos sabrosos como los llapingachos o los locros. A su vez, los porotos se cocinaban tiernos o maduros y enriquecían ollas fami liares junto a cuyes, nabos, achogchas y condimentos varios.
En realidad, las carnes de la cocina indígena serrana provenían mayoritariamente de la caza y más escasamente de la ganadería. Sin embargo, su variedad no era desdeñable: llamas, guanacos, venados, corzas, cuyes, conejos, dantas, pavas, tórtolas, perdices, co domices, garzas, patos y gallaretas.
Contra lo que podría suponerse, hubo varias bebidas de consumo común, destacándose entre todas la «chicha» de maíz, elaborada con un proceso parecido al de la cerveza. También se producía «chicha» de frutas como el molle y las moras. Lugar aparte y valor especial tuvo el chaguarmishqui, equivalente ecuatoriano del pulque, obtenido del zumo del maguey.
La vida y la cocina del indígena estaban reguladas por la naturaleza, por las estaciones climáticas y por los ritos a ellas vinculados. Normalmente era simple y dependía de la caza o de la temporada de los frutos, pero tenía fechas especiales que le brindaban la oportunidad de mostrar su esplendidez.
La ocasión más fastuosa de la cocina indígena la daban las cosechas. Junto al canto coral de la recolección de papas o mazorcas estaba el lujurioso ají de cuy y hacían acto de presencia los variados potajes de la quinua, el aguamiel de maguey y la chicha madura en rincones secretos.
Si la cocina andina era importante, la de la Costa lo era aún más. Además del maíz, contaba con la yuca, el maní, los camotes, el cacao, el coco, los palmitos, aves al por mayor, carnes de animales salvajes y una variedad de frutas tropicales.
Un cronista español de la conquista, Agustín de Zárate, encontró en nuestra costa «muy grandes pesquerías, de todos géneros de peces y muchos lobos marinos». Otro, Fernández de Oviedo, consignó en un «Sumario de la Historia Natural de las Indias» amplia lista de «excelentes pescados... que se toman en los ríos en grande abundancia y asimismo camarones muy buenos» y agregó que «en la mar mismo se toman algunos de los de usos nombrados y palometas, y acedias, y pargos, y lizas, y pulpos, y doradas, y sábalos muy grandes, y langostas y xaibas, y ostras, y tortugas grandísimas, y muy grandes tiburones, y morenas, y otros muchos pescados, y de tanta diversidad y cantidad de ellos, que no se podía expresar sin mucha escritura y tiempo...»
La variedad de combinaciones gastronómicas que se elaboró con toda esta riqueza de productos fue sorprendente. Cazuelas de pescado y de mariscos, con salsa picante de achiote y ají. Pescado con coco (sus tancioso potaje que hoy mismo nos deleita). Salsa en pasta, de maní con harina de maíz (la famosa «sal prieta» de Manabí). Turrones de maní con miel o dulces de maní molido con harina de maíz (el hasta hoy celebrado bocadillo de El Oro y Loja). Y bollos, muchos bollos, hermanos mayores -sólo por el tamaño- de los chigúiles y tamales serranos. Bollos de pescado, bollos de camote, bollos de yuca, bollos mixtos, todos envueltos en hoja de bijao, tibios y sudorosos compañeros de todo caminante.
Hubo otro potaje, casi olvidado, si no abandonado del todo: la mazamorra de maíz con leche de coco. Fernández de Oviedo nos ha dejado la receta: «Esta carnosidad o fruta (del coco), no moliéndola ni majándola mucho, y después colándola, se saca leche de ella, muy mejor y más suave que la de los ganados, y de mucha sustancia, la cual los cristianos echan en las mazamorras que hacen del maíz, a manera de puches y poleadas, y por causa de esta leche de los cocos son las dichas mazamorras excelente manjar, y sin dar empacho en el estómago, dejan tanto contentamiento en el gusto y tan satisfecha la hambre, como si muchos manjares y muy buenos hubiesen comido...»
Como se sabe, no hay gastronomía posible sin aderezos. Condimentos y yerbas, salsas y colorantes des piertan los sentidos para el ceremonial de las comidas. Y es aquí donde el trópico -esa explosión de luz y de paisaje, que Gabriela Mistral defendía bravamente- destapó sus facundias, prodigándose en yerbas, frutos y esencias lujuriantes: albahaca, ají, culantro, perejil, malvarrosa, arrayán, laurel, romero, achiote, canela, etcétera.
El ají fue el más noble condimento de la comida indígena. Entero o molido, crudo o cocinado, solo, relleno o mezclado con otros condimentos, fue el saborizantes por antonomasia, el condimento clave de las grandes y pequeñas comidas aborígenes. El dio nombre o apellido a viandas y productos de la tierra: ají de cuy, ají de queso, ají de chochos, tomate de ají, ajiaco. Con el llamado tomate de árbol formó indisoluble pareja gastronómica y dio por descendencia una salsa rosada digna de los paladares más exigentes. Desde entonces y para siempre, el ají y su cohorte se convirtieron en el non plus ultra del buen gusto popular. Y como el amor entra por el estómago --sabio aforismo de nuestras abuelas-, el requerimiento femenino vino a sintetizarse en una tierna oferta gastronómica:

Ají de queso, ají de cuy,
papas enteras yo te he de dar...

Por detrás del ají, y casi siempre próximo, se mantuvo el achiote. Y ahí donde el ají puso su sabor exultante, el achiote llegó con su color espléndido. Los abuelos indígenas le destinaron usos superiores: amuleto contra enfermedades y brujerías, filtro de amor para obtener favores femeninos, elixir proveedor de fuerza y resistencia.
Con toda esta ríqueza de elementos, ¡qué de mezclas y de combinaciones pudieron y debieron producirse en las ollas, cazuelas y tiestos aborígenes! En verdad ni siquiera debemos fatigar a la imaginación sino tan solamente atrincheramos en los buenos recuerdos familiares, para encontrar la huella y la presencia de la cocina indígena: locros de todo tipo, ajíes suculentos, tortillas, humitas, llapingachos, bollos grávidos, turro nes de maní, cazuelas sustanciosas y en, y sobre, y delante, y tras de todo el ají sabrosón y mordisqueante, porque, como se sabe:

Comida buena, con ají es más plena; comida mala, con ají resbala...

Y eso para no hablar de la compota indígena; de capulíes, moras, mortiños, caimitos, zapotes, granadillas; de la sensual guanábana, poblada de pezones lujuríantes; del aguacate o palta, mantequilla de árbol; del mamey, budín incomparable; o de la piña, esa orgullosa reina de las frutas del mundo a la que la misma madre naturaleza dotó de corona.
¿Y el puchaperro de capulies y el mazato y el chocolate y los churos y los catzos y el rosero y la colada morada y el dulce de zapallo? ¡Ah! Esas son herencias suficientes para honrar la memoria de las abuelas indias, olores que aún aroman el fogón familiar del pueblo, sabores que aún sorprenden y entusiasman a los desprevenidos visitantes.

*La llegada de España a estas tierras fue, en cuanto a la comida, pródiga de sorpresas. En esto, como en todo, fue un encuentro de mundos diferentes, con elementos propios y costumbres diversas. Y los conquistadores, absortos ante un mundo exhuberante que no alcanzaban a entender, apenas si atinaron a sobre nombrar frutos y comidas de América tomando como ejemplo las cosas de su tierra que les recordaban algún lejano parecido: ala palta llamaron pera; a la quinua, arroz pequeño; al mamey, melocotón; a la tuna, higo; a la flor de maguey, alcaparra; a la tortilla, pan; a la chicha, vino. Pasada la sorpresa, los europeos se adhierieron con entusiasmo a los frutos y viandas americanos, y los indios, al menos en esto, lograron un empate que era una victoria.
El aporte español a nuestra cocina fue de carácter doble: por una parte, trajo a nuestro suelo elementos y experiencias europeos y africanos; por otra, permitió el intercambio de cosas y animales aborígenes hasta entonces de uso local y limitado. Fue así que nos llegaron cerdos, reses y ovejas, pavos, gallinas, ajos y cebollas, trigo, cebada, habas, coles, tomates, cítricos, plátanos y caña de azúcar.
Enriquecida con nuevos elementos, la cocina popular ecuatoriana pudo desarrollar sus propias tradiciones regionales, inventar nuevas viandas y cocinar tierna y amorosamente, durante tres siglos, los potajes de la suculenta gastronomía nacional.
Uno de los hechos más significativos de la nueva situación fue la adopción popular del chancho, el borrego, los pavos y las gallinas, que pasaron a convertirse en animales domésticos de la mayoría de la población, mejorando la dieta y reforzando el arte culinario.
Especial importancia cobró la manteca de chancho, densa y sabrosa, que pese a no tener «el velo y las gracias lustrales» del aceite de oliva, permitió la lubrificación de los viejos potajes de la tierra y la realización de una amplia gama de frituras. La carne del porcino, por su parte, vino a enriquecer el vientre de tamales serraniegos y de bollos costeños y a engordar el de por sí sabroso locro de quinua. Además surgie ron nuevos locros, como el de cuero o el arroz de cebada con espinazo. Aprovechado en todas sus posibilidades, el chancho se volvió recurso pródigo para el asador, la paila y los embutidos familiares; con ello aparecieron los múltiples hornados, el jugoso sancocho de paila, la empalagosa fritada y esa roja serpiente de la longaniza, cargada de achiote y ahumada largamente en los cordeles de la cocina.
El chancho se volvió inclusive vehículo de convivencia social. ¿Qué mejor saludo entre amigos que un plato de cuero con mote humeante enviado por la mañana? ¿O el nuevo saludo de la tarde, pleno de lustrosas frituras? ¿Y qué decir de un convite «a matar hancho», tan espléndido casi como una boda?
Con el borrego sucedió algo igual, aunque en escala menor, por la no adaptación del animal a los climas calientes. Con todo, el humilde ovino sirvió de base para soberbios platos populares: chanfaina, treinta y uno, yaguarlocro o mondongo cocinado en chicha de jora. Otro pariente suyo, el chivo, fue a su vez motivo de una delicada creación culinaria: el popular seco de chivo.
La gallina vino a completar el terceto de carnes populares. Criada en todos los patios y corrales campesinos, se convirtió en proveedora de huevos y recurso de urgencia para toda ocasión inesperada. Particular importancia logró en la Costa, donde el aguado de gallina, «espeso como para que se pare la cuchara», vino a ser plato central y prueba plena de la habilidad de las cocineras.
La vaca, aunque menos numerosa en los corrales familiares, rindió también su fruto en las hábiles manos de sus mujeres. Su carne ingresó a la olla ecuatoriana para integrar el sancocho, émulo del puchero español, rebozante de plátanos pelados, de yuca y de trozos de choclo tierno. El queso, por su parte, pasó a ser ingrediente indispensable de salsas y pasteles. Queso para tortillas de maíz, queso para empanadas, queso para llapingachos, queso para chiguiles, queso para choclotandas, queso para ajíes, queso para acompañar al maduro cocinado o para rellenar el maduro al horno, queso para el pan, queso para todo.
Un inteligente y goloso viajero inglés de comienzos del siglo XIX, Stevenson, quedó sorprendido en Quito de «la enorme cantidad de queso consumido en esta ciudad (que) excede de toda ponderación...». Según sus cálculos, la entonces pequeña y recoleta ciudad de 70.000 habitantes consumía anualmente nada menos de 640.000 libras de queso, las que, por supuesto, afluían mayoritariamente a las casas grandes y en menor cantidad a las ollas y mesas populares. Según Stevenson, tan gran consumo «se explica en parte por el buen número de platos elaborados con papas, calabazas, maíz, trigo y muchas hortalizas y legumbres mezcladas con queso».
Este mismo acucioso observador de la vida colonial, que fundó en el país la moderna «investigación de mercado», consignó que «entre las exquisiteces que ofrece Ambato consta su delicioso pan, sin par en el mundo, y varias clases de galletas, en especial unas llamadas hallullas, que se envían a Quito, Guayaquil y otras partes». Por fin, señaló entusiasmado que «los quiteños son muy diestros para cocinar los productos del país, tanto que con frecuencia me han asegurado que pueden preparar 46 diversos platos y bollos de maíz, o en los que por lo menos el maíz es el principal ingrediente; de manera parecida, con papas hacen 32 potajes, sin contar con los hechos de maíz y papas mezclados».
Desde luego, no fue este el único tributo de admiración que la cocina popular recibió de visitantes extranjeros. Ya en el siglo XVII el corsario Guillermo Dampier -como tantos otros- habían probado los excelentes platos de mariscos de la isla Puná y en el siglo XVIII el padre Bemardo Recio había sido convi ado en Tanisagua (actual provincia de Bolívar) a «una mesa o convite, que duró dos horas, con mucha variedad de exquisitos manjares y bebidas, prueba de la sustancia de la tierra».
A comienzos del siglo XIX, el «Nuevo viajero universal» destacó el gusto generalizado de la yerba mate entre los ecuatorianos, que, a la ya de por si excelente bebida, agregaban «algunas gotas de zumo de naranja agria o de limón, y flores aromáticas». Y el sabio Charles Darwin, olvidando por un momento sus preocupaciones científicas, no dejó de admirar la comida de las islas ecuatorianas, especialmente el delicioso pecho asado de tortuga y la sopa con carne del mismo animal.
Por fin, vale la pena citar el testimonio de Mejandro Holinski, gourmet y hombre de mundo que, a media dos del siglo XIX, justificó la fama de los dulces y helados de Quito, equiparando estos últimos a los reconocidamente célebres de Nápoles o Palermo. «La hospitalidad del general Vicente Aguirre -refiere Holinski- me permitió apreciar la gastronomía ecuatoriana en todo su esplendor; nos sirvieron por lo menos veinticinco platos y el postre tenía una magnificencia de cuento de hadas».
La comida ecuatoriana actual es, pues, el resultado de una rica tradición culinaria, en la que se combinan sustancias y costumbres de varios continentes, mezcladas sabiamente en el crisol del buen gusto popular. Una cultura auténtica, macerada por siglos, en la que nada falta salvo, quizá, un vino generoso y de factura propia.
Hoy, como ayer, nuestra cocina sigue entusiasmando a propios y extraños. Y es que sería imposible el no conmoverse con nuestras incontables exquisiteces. ¿Cómo no estremecerse ante una fanesca grávida y suculenta, océano de mieses tiernas y bacalao cuares mal? ¿O ante una guatita dorada y substanciosa? ¿Cómo quedarse impávidos ante un caldo de patas fulgurante o ante un luminoso ceviche elaborado con los jugos del mar? ¿Y qué decir de la temblorosa fritada que, tal que mujer espléndida, atrae las miradas, dilata las narices y estremece las fibras más profundas de todo transeúnte?
En estas palabras no hay sino orgullo legítimo y humilde reconocimiento de lo que el pueblo ecuatoriano adobó con sus manos y su ingenio. Ninguna mejor prueba de esa labor de siglos que el derroche de géneros y estilos o la profusión de detalles secretos que afluye diariamente a nuestra mesa.
Y hablando de detalles y secretos, ¿qué tal unas morcillas lampreadas? ¿O unos chugchucaras crocantes, para esa «fiesta del colmillo» que pedía don Alfonso Reyes, gourmet mexicano y universal?


Texto pertenece a: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Director de la Sección de Historia y Geografía de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.

pescados en ¨CHILLOGALLO¨


El día viernes, 4-junio del 2010, tuve la oportunidad de visitar, es decir volver a pasar por uno de esos lugares que, no se? Como explicarlo, una de las huecas, como los quiteños solemos decir a los lugares ocultos de comida en quito, la ciudad, como cualquier capital del mundo moderno encierra y es en si misma, un conglomerado de personas de todo lugar, del ecuador y del mundo.
En cualquier caso se puede disfrutar de comidas sin fin desde comida hindú y marroquí hasta los PESCADOS FRITOS de nuestra amada región costa ¨norte¨, en este caso, es lo que nos concierne, al sur de la capital en sector de ¨chillogallo¨ existe este lugar , donde según su propietaria se preparan los mejores pescados de la capital, como buen quiteño había ido un par de veces anteriormente al lugar pues se ofrece una gran variedad de comida costeña, ceviches de todos los tipos, con muy buena sazón por cierto, sopas calientes y frías como una cantidades de arroces variados, y jugos de frutas.
Procedía a gastarme mis 15$ bien gastados, la variedad de arroces estaba un poco pasada de cocción, con la nostalgia de probar la exquisita gramínea de nuestra costa, sin desmedro de los mariscos que parecían no estar los suficientes como para mi, en fin, salió cara la comida y no es como era antes, con un poco mas de asepsia, yo diría que es buena idea si otro paga, mi recomendación, as que te inviten.

--DELTA FOODS--








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chef : carlos gudiño.